Adiós Dublín
Hola Vilna
Cuatro profes del IES Mar Mediterráneo en tierras irlandesas
En los tiempos que vivimos, cualquiera dispuesto a hacer un viaje tiene que considerar que los requisitos legales van a ser mucho más engorrosos que lo que vaya a hacer en el lugar de destino. Provistos de todos los documentos y carnets sanitarios imaginables e invadidas nuestras cavidades físicas (nasales), nos propusimos un momento de descanso, por no decir de triunfo, tan pronto como estuviésemos sentados en el avión de Málaga a Dublín.
Irlanda no es un destino de sol y playa, pero a pesar de que nada más llegar nos las vimos contra todos los tipos de lluvia que describe Forrest Gump en su película (“una lluvia finita que pinchaba, una gorda y espesa, una lluvia que caía de lado...”), la meteorología de las islas británicas nos respetó mucho más de lo que esperábamos. Caía una tromba de tres minutos mientras hacíamos alguna gestión en el hall del hotel, y ya. A brillar el sol, a moverse deprisa las nubes de un horizonte a otro, y vuelta a empezar. Para el frío, que este sí que fue constante, buenos abrigos y gorros de lana.
Sobre los cursos de CLIL y metodología ya se hablará con detalle en el claustro, y seguramente los experimentarán los alumnos y alumnas, para bien, en sus clases. Hubo desde “flipped classroom” hasta un señor que lo mismo tocaba el bodhrán (pandereta-tambor celta) que nos llevaba como guía por Dubín. Curso intensivo, por cierto, ajustado a unos horarios rarísimos según los cuales los irlandeses comen una pizca sobre las 12:30 del mediodía y se atiborran cenando sobre las 19:00. Casi todo carne y patatas en proporciones y combinaciones variadas, por cierto, con la casi única excepción del famoso fish & chips inglés, que aquí sabe mejor que en Londres, con perdón.
De lo mejor de todo, las visitas a centros educativos de la zona. El primero fue la Trinity Comprehensive School en el área de Ballymun, una zona deprimida en la que las autoridades se han volcado en propiciar la alfabetización. Tienen una maravilla de biblioteca abierta a la comunidad y un clima escolar que favorecen la convivencia en una situación social difícil. El segundo centro que visitamos fue el de Loreto Abbey, un centro femenino privado que parece sacado de un libro de Harry Potter, con un recinto medieval y aulas discretamente añadidas por detrás, junto a una costa llena de pequeñas islas verdes con ruinas antiguas. Nadie en su sano juicio querría dejar de estudiar en un lugar así.
Dejando lo profesional aparte, lo que subíamos en las copiosas cenas lo bajábamos luego pateando Dublín a toda prisa, antes de que cerrasen todo al público a media tarde, en busca de los lugares imprescindibles para turistas: desde la catedral de St. Patrick al Museo de emigración irlandesa EPIC, pasando por la zona de los pubs alrededor del mítico Temple Bar, las estatuas de James Joyce, Oscar Wilde y Molly Malone, y el famoso Trinity College donde se exhibe el tesoro patrimonial más valioso de Irlanda: el Libro de Kells, con miniaturas medievales exquisitas. Fuera de Dublín, también fue memorable la excursión del penúltimo día al emplazamiento histórico de Glendalough, con sus ruinas, su antiguo cementerio y sus lagos glaciares.
Con permiso de mis compañeros Carlos, Juan Carlos y María Dolores, terminaré con varias postales personales: el asombro ante la biblioteca monumental del Trinity College en la que se exhibe el arpa celta del rey Brian Boru, símbolo nacional de Irlanda (y de la cerveza Guinness); un gaitero vestido de paisano, tocando medio aterido en la céntrica pero ya casi desierta O’Connell Street en plena noche; y un chaval de catorce o quince años sentado en la barra de un pub con la bandera de Ucrania a modo de capa, que me devolvió con entusiasmo el gesto de fuerza que le dediqué. ¿Cómo no van a querer ser europeos todos los países de nuestro entorno, si te vas desde Aguadulce a un sitio tan lejano como Irlanda y te acogen como si estuvieses en casa?
Jacinto Gómez Viñolo